–Che, Gordo, contale cuando conociste a Discépolo...
–Tenía dieciocho años. Discépolo me contrató para hacer una gira.
–¡Seguí, Gordo!
–Pero, viejo... no sé. ¿Qué más? Contale vos.
–Discépolo quería hacer una gira por el extranjero y pidió un bandoneón. Pero no cualquier bandoneón. Alguien que representara a la raza, a los porteños. Este tenía dieciocho años; morocho, gordito, peinado al medio.
Troilo riendo: “Sí, Discépolo estaba acostado. Me dijo: ‘tocá’.Y le gustó.”
–¿Le gustó? Quedó loco. Le contó a Tania. Un tipo de macho argentino, de esos que enloquecen a las mujeres.
–¡Cómo te gusta hacer ese cuento!
–La cosa fue que Discépolo quiso cerrar trato enseguida... pero el prototipo de macho, porteño, morocho y de raya al medio, le dijo: “Bueno, pero le tengo que pedir permiso a mi mamá”.
Extractado de la entrevista que le concedió a la periodista uruguaya María Esther Gilio.
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