jueves, 30 de julio de 2009

Siete Tribus


La costumbre de las tribus consistía en avanzar hasta encontrar un lugar apto para protegerse, alimentarse y abrigarse. Cuando la región empezaba a agotar sus recursos, la tribu levantaba sus tiendas en busca de un nuevo destino, nunca definitivo. Descendían de los mongoles, por lo tanto el caballo era la piedra fundamental de su cultura.
No sólo como medio de transporte, irreemplazable en aquellas interminables llanuras, sino también como protagonista fundamental de su modo de vida: transporte, leche, carne, piel y, fundamentalmente, arma de guerra. Cualquier niño de la tribu viviría innumerables días y semanas arriba de un caballo mucho antes de caminar o de hablar correctamente. Por lo tanto no es de extrañar que desde niños ya fueran excepcionales jinetes.

Uno de estos jovencitos, alrededor del año 430, heredó de un tío el liderazgo y la responsabilidad de conducir el destino de su tribu, a los 12 años.

Pocos años antes había sido capturado por las fuerzas del pueblo hegemónico de la época, los Romanos, que lo convirtieron en prisionero y lo enviaron a cumplir trabajos forzados junto a sus compañeros a Roma. Habiendo observado con cuidado la vida y las costumbres romanas, percibió rápidamente que su tribu contaba con ventajas críticas en el aspecto militar. Las pondrá en acción más adelante, cuando el espacio vital que su tribu necesitaba, se veía amenazado por Romanos y Visigodos.
Dichas ventajas residían, justamente, en el uso del caballo. A pleno galope podían liberar riendas, empuñar el arco, cargarlo con flechas y acertar sobre blancos en movimiento. Habían desarrollado unos arcos especiales de forma asimétrica que permitían apoyarse a la montura para ganar precisión. Su eficacia era altísima y las bajas, muy pocas.

Su avance se estabilizó en las llanuras de Panonia, región que hoy comprende parte de Austria y Hungría, al norte del Danubio. Desde este punto levanta un verdadero imperio “móvil”, trashumante. En el que, entre otras tareas impescindibles para garantizar sustentabilidad, organiza un ejército de elite conformado por unos 60.000 jinetes.
Jinetes que respondían, en realidad, a las siete tribus, pero que durante su reinado se rindieron ante su capacidad estratégica y su habilidad política y operativa para maximizar las recompensas que obtenía del enemigo en la victoria y minimizar el tributo en la derrota.

El fruto de los botines que recoge y las compensaciones con que fuerza a sus enemigos pasaban a engrosar la riqueza de las siete tribus de manera equitativa. No obstante él practicaba la austeridad: seguía comiendo en vasijas de madera y vistiéndose con piel de caballo.
Actitudes como esta, su dedicación a los heridos y un respeto reverencial por los muertos en batalla, como así también sus habituales recorridas por el campamento mostrando preocupación por temas domésticos e impartiendo justicia para los más débiles, le aseguraron liderazgo indiscutido, además de mantener la cohesión y el espíritu de cuerpo entre sus congéneres. Liderazgo que mantuvo hasta su muerte.

Sin embargo su tribu desconoce la escritura. De manera que, inevitablemente, delega su Historia y la de sus Siete Tribus en la pluma del enemigo. No es necesario aclarar que estará llena de calumnias e imprecisiones. Las que sean necesarias para mancillar su reputación de manera insalvable e interponer una lección de conformidad a quienes pretendan iniciar un camino parecido.

Quién, si no, se encargaría de bautizar a Atila con el rótulo de “Azote de Dios”?





Foto: "Los líderes de las siete tribus" en una plaza de Budapest, lugar donde la propaganda devaluatoria romana se confrontaba con los beneficiarios directos, contantes y sonantes de aquel que, por donde su caballo caminaba, no volvía a crecer la grama

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