La entrada anuncia que Marco Agrippa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, fue su autor. Ya antes de ingresar te das cuenta que estás frente a algo grande. Algo importante que hoy quedó un poco perdido entre las callejuelas romanas. Rodeado, cercado para decirlo mejor, por construcciones y caseríos. Pero cuando lográs encontrarte con la plaza de la Rotonda, lo observás y lo comenzás a recorrer, te deja sin aliento.
Marco Agrippa, quien encargó su construcción, se lo dedicó a los Siete Dioses. Pocos añós después tuvo que ser reconstruido, estan Adriano al frente del Imperio. Este se lo dedicó a los ciudadanos de Roma e instruyó que su nombre no figurara en ningún lugar del edificio.
Y la gran pregunta es cómo. Cómo fue posible que contando sólo con ladrillos, pesados mármoles, un hormigón de baja calidad y cemento, los tipos se mandaran hace dos mil años un edificio con una cúpula autoportante de 43 metros de diámetro.
Empecemos por decir que construyeron un grueso cilindro hecho de columnas de hormigón y muros de ladrillo que llamaban opera latericia. El cemento se iba depositando en capas finas que se iban alternando con filas de ladrillo. Cuanto más capas por metro de altura, mejor. El fraguado y los ciclos térmicos a los que iba a estar sometida la estructura eran su principal amenaza. El enemigo estaba en sus propias entrañas y consistía en un fraguado incorrecto que permitiera la aparición de pequeñas fisuras que pueden tardar años en hacerse visibles, pero que una vez abiertas pondrían en peligro toda la estructura. Hasta hoy, dos mil años después, nunca ocurrió.
Ese primer cilindro portante tiene una altura equivalente al radio de la cúpula. Y lo que se montó encima es una semiesfera. Perfecta y maravillosa. La combinación de ambas geometrías, cilindro y semiesfera, da razón estética a la obra: que la semiesfera superior tiene el espacio exacto para replicarse en el cilindro inferior y por lo tanto, puede decirse que hay una esfera completa, formada por dos hemisferios, el superior -la esfera celeste- y el inferior -la Tierra que pisamos los mortales-.
Puestos a diseñar la semiesfera superior, utilizaron el mismo criterio que utilizamos hoy para dividir el globo terráqueo: meridianos y paralelos. Paralelos estos, que se van apoyando uno encima del otro y que van disminuyendo su carga en la medida que ganan altura, hasta llegar al “óculo” en el extremo superior: un ojo de nueve metros que dejará que ingrese la luz del sol en los días azules, pero también la lluvia en los grises.
El alivianamiento requerido a medida que se gana altura no sólo estará dado por el hecho de que los anillos concéntricos disminuyen su espesor (seis metros el meridiano inferior, hasta metro y medio el meridiano superior) sino también por que el material con el que están construídos se va modificando (empieza con un denso travertino abajo y finaliza en la porosa piedra pómez arriba).
Tuvieron que pasar quince siglos, tuvo que llegar el Renacimiento, para que ingresara al Panteón, el templo de Todos los Dioses, un hombre nuevo que viniera a desafiar los límites. Un renacentista, como no podía ser de otra manera. Para entender primero y para replicar más tarde esa monumental idea.
Un tal Brunelleschi, que volvió a su ciudad, capital cultural de la época, Florencia, y puso en práctica su aprendizaje en el duomo de la basílica mayor: Santa María dei Fiori.
Desde allí la obra, el concepto, ganó vida propia y volvió a repetirse otras veces: de nuevo en Roma, en la Basílica de San Pedro; en Nápoles, en la Basílica de San Francisco de Paula; en Charlottesville, en la Universidad de Virginia; en Washington, en el Capitolio; en Melbourne, en la Biblioteca del Estado de Australia.
Y en un edificio en una esquina periférica del planeta. Más exactamente en Entre Ríos 51, Buenos Aires.
Sus creadores, los de la generación del 80, se la dedicaron a la noble tierra, a los granos y al ganado que los enriquecía.
100 años más tarde, tendremos nuestro propio Adriano, que con humildad y vocación convierta ese edificio y su imponente cúpula de bronce en uno dedicado genuinamente al Pueblo?
Y sus moradores circunstanciales, entenderán que esa devoción al Pueblo será, en última instancia, funcional a sus propios intereses cuando, el día de mañana, les toque gobernar y se vean liberados del yugo de grandes corporaciones que ellos mismos ayudaron a desarticular?
Foto: el óculo dibuja un esfera de luz en la cúpula del Panteón
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5 comentarios:
Eso espero, ojalá no lo conviertan en en Panteón. En el sentido de monumento funerario. Bello, pero inutil.
Grosso post, Andrés.
Si, Andres, que post grosso el de Contadicto.
Contradicto:
Hay que poner las firmas más grandes. Ya es la segunda vez que me adjudican un texto suyo. Tengo miedo, nene.
Ya le dije, Andrés, tendríamos que publicar en armenio antiguo para que estos lectores no nos lean más.
No podremos cambiarlos en Mercado Libre por otros más prolijitos?
Para qué sirve interné?
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