miércoles, 5 de agosto de 2009

¿El fin de un ciclo?

El resultado de las elecciones del 28 de junio ha llevado a muchos a considerar que ese día marcó “el fin de un ciclo” (como son muchos no los citaré puntualmente).

Como es habitual, esto puede llevar a interminables discusiones sobre qué es un ciclo. Eludamos esas discusiones y vayamos a lo sustancial.

¿Cuándo y cómo comenzó el “ciclo”? ¿Ha terminado realmente el 28 de junio? Pido humildemente un poco de paciencia para llegar a ese punto, porque creo que requiere una pequeña explicación previa.

La historia de un país admite (e incluso exige) ser dividida en fragmentos temporales, que presentan rasgos que los diferencian nítidamente de los anteriores y de los posteriores.
No corresponde aquí remontarnos al establecimiento del Virreinato del Río de la Plata y, seguramente, tal pretensión sería superior a mis capacidades. Voy a limitarme a las últimas décadas.

En 1976 se estableció la dictadura militar más sangrienta de una historia nacional que no se caracterizó precisamente por la dulzura de los procedimientos. Pero este carácter sangriento no se agotaba en sí mismo; respondía a dos conclusiones que habían sacado las clases dominantes a partir de la experiencia de la dictadura militar anterior y del gobierno de Isabel Perón:
- que su sed insaciable de ganancias requería una transformación profunda de las estructuras económicas y sociales forjadas desde la crisis del ’30 y profundizadas durante las dos primeras presidencias de Perón;
- que este “reformateo” del país exigía el aplastamiento de la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales, e incluso de un recorte de posibilidades de acción de la propia burocracia.

El plan económico de Martínez de Hoz no fue un accidente de la dictadura, sino su propia sustancia. Lo accidental, en realidad, fue que el aparato militar, en tanto que era partícipe y beneficiario del aparato estatal, vacilara en llevar el programa hasta sus últimas consecuencias.
Como ocurrió con el pinochetismo, el plan de la dictadura fue una avanzada de la ofensiva neoliberal que se desató mundialmente a partir de 1979. Se afianzaron la valorización financiera, el predominio de las finanzas sobre la producción y el sometimiento del país a las nuevas modalidades globalizantes de la economía mundial.

Se cerró así el período de industrialización y relativa autonomía económica que los regímenes gorilas de 1955-76 no habían podido (y, en cierta medida, no habían querido) clausurar. Sus estructuras fueron desmanteladas. Y se abrió un nuevo período que, por comodidad más que por precisión, llamamos neoliberal.

La caída de la dictadura no puso fin al experimento. El intento alfonsinista de escapar a la cruel lógica de la valorización financiera fue vacilante y breve. Sin embargo, durante los ‘80 la modificación de las estructuras económicas y sociales tampoco logró grandes avances. A esto contribuyeron tres factores: la globalización neoliberal se concentró en los países centrales y reservó a los periféricos (entre ellos, el nuestro) el papel de tomadores y pagadores de deuda –la “década perdida” de América Latina–; el alfonsinismo mostró la proverbial ineficacia de las administraciones radicales; y hubo una tenaz resistencia de la clase trabajadora, acentuada por el hecho de que el peronismo, en la oposición, no ahorró esfuerzos para quebrantar a un gobierno que no era el suyo.

Estos dos últimos factores se debilitaron enormemente al asumir Menem la presidencia en 1989, a lo que se sumó una ofensiva redoblada de los capitales imperialistas por penetrar y dominar a las economías periféricas. El experimento neoliberal, que nunca se había detenido por completo, retomó velocidad plena en los ’90.

Pero ese experimento tenía una contradicción interna insoluble: para países con economías débiles, bajar sus pocas defensas era jugar a la ruleta rusa. La Argentina (al contrario que Brasil, que siempre encaró el experimento neoliberal con cautelosas reservas) quedó inerme frente a las renovadas epidemias de las crisis financieras mundiales. Así se llegó a la recesión más larga y profunda de la historia económica nacional (1998-2002) y a un colapso económico y social en diciembre de 2001.

Las clases dominantes habían coqueteado con el precipicio, pero no se lanzaron a él. Aceptaron, de mala gana pero con decisión, que se imponía un cambio de rumbo.

Adolfo el Breve declaró el default y Duhalde puso fin a la convertibilidad, que ya no era más que una farsa costosa. A tientas, sin un plan acabado, se fueron desmontando los instrumentos de política económica neoliberales y se fueron adoptando otros, que apuntaban a restaurar el tejido industrial dañado, a contener la insurgencia social mediante mejoras modestas pero perceptibles y a recuperar márgenes de autonomía nacional. La llegada de Lavagna al Ministerio de Economía puso orden en esos intentos descosidos.

El kirchnerismo fue, desde el 25 de mayo de 2003, la continuidad y profundización de este curso. Con la ayuda de una situación económica mundial favorable, logró mejoras indiscutibles en el crecimiento económico y en la situación social. A estos aspectos estrictamente económicos añadió otros de carácter político: durante los primeros tres años avanzó en ampliar los márgenes de autonomía nacional (que pueden simbolizarse en la supresión de la tutela del FMI, pero no sólo en eso), la integración latinoamericana (que, a su vez, puede simbolizarse en el fracaso del ALCA, operado junto con Venezuela y Brasil, pero no sólo eso) y destruyó la leyenda alfonsinista-menemista de los dos demonios, activando los juicios contra los esbirros de la dictadura.
Si hay un ciclo, entonces, éste no comenzó con la presidencia de Néstor Kirchner. Y es dudoso que termine con el fin de la presidencia de Cristina Fernández. Por lo pronto, ese ciclo no ha terminado el 17 de julio de 2008, cuando los empresarios agrarios impusieron la derogación de la resolución 125, ni en la continuidad electoral de esa derrota, en los comicios del 28 de junio de 2009.

El período abierto en las convulsas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 sigue abierto.
No se puede minimizar el debilitamiento que han significado el 17 de julio y el 28 de junio. Se ha desatado una vigorosa ofensiva reaccionaria. No hay más que oír a Llambías reivindicando el odiado apellido Martínez de Hoz, a monseñor Aguer denunciando la educación sexual como “neomarxista” o a Biolcatti rememorando la publicidad videlista de la “vaca mansa”. Hasta alguna momia olvidada hace tiempo se asoma sobre el borde de su sarcófago para rescatar la teoría de los dos demonios y propugnar el perdón a los represores que cuenten algún detalle ya inútil.

Esta ofensiva muestra, sin embargo, una incoherencia en el plano político que desespera a los ideólogos de la reacción, en especial, a los que cada día pregonan desde los medios la necesidad de una oposición unida que dé el último empujón.

La reacción está unida, por cierto, en su odio al “populismo” y el “nacionalismo”. No hay fisuras en el rechazo a los Kirchner, al “poder sindical”, al “desorden piquetero”, a los repudiados lazos con Chávez, Morales y Correa. No hay fisuras en la simpatía hacia el golpe en Honduras. Pero esa unidad no se muestra a la hora de establecer un programa económico claro.

Para malestar de los ideólogos de la reacción, el derrumbe local del neoliberalismo y su desprestigio como causa inmediata de la crisis mundial hacen inviable en estos momentos un retorno a los días de Videla-Martínez de Hoz y de Menem-Cavallo.

Todo lo que las corporaciones patronales (Mesa de Enlace, AEA) y las oposiciones políticas pueden formular son emparches, pero no un plan alternativo. Esos emparches pueden causar mucho daño, económico y sobre todo social. Pero no pueden abrir un nuevo período.
Para la independencia nacional y para los intereses de las clases subordinadas, este es un momento negativo. Pero no es necesariamente el fin. Vale recordar que nada se hace sin atravesar “la seriedad, el dolor, la paciencia y el trabajo de lo negativo”. Nada se hace sin “afrontar la desolación y mantenerse en ella”.

No es hora de lamentaciones ni de depresiones. Es el momento de sacar conclusiones de los errores cometidos; de horadar las contradicciones de la reacción; utilizar sus divisiones; y organizar y movilizar todas las fuerzas sociales que sea posible para la defensa de la independencia económica, los intereses de las clases subordinadas, la integración latinoamericana y los derechos humanos.


Sería un error fijar como único horizonte las hoy lejanas elecciones de 2011. Limitarse a ese horizonte, a hacer pronósticos electorales y a barajar candidaturas es el camino más directo a otra derrota, seguramente peor. La hora exige acumular fuerzas, reforzar, extender y multiplicar las organizaciones por abajo, sostener las posiciones que hoy se tienen y actuar con prudencia y audacia para obtener otras.






Foto: panorámica del acto de la CGT el 30 de abril de 2009.

5 comentarios:

Abel B. dijo...

Un análisis lúcido, con buenos argumentos. Pero, me parece que se saltea el significado más evidente que carga la expresión "el fin de un ciclo": el político. Se está hablando del final del ciclo Kirchner. El anuncio puede ser prematuro, pero no puede decirse que sea descolgado.
Quiero aclarar que estoy de acuerdo con Ud. que las políticas económicas fundamentales aplicadas por Kirchner empezaron con Duhalde. Tipo de cambio competitivo, apoyo al mercado interno, obra pública, retenciones,...
Pero el poder político que K acumuló a partir de 2003 y su alianza con el centro izquierda, autorizan a que se hable en el peronismo de un ciclo Kirchner como se habla de un ciclo Menem. El final del Turco se puede percibir en 1997. En ese plano, yo creo que este año es el 1997 K. Puedo equivocarme, por supuesto. Pero me parece que no es una opinión irrazonable.
No creo que se venga necesariamente "la Derecha"; aún en esa versión light que expresaría Cobos. Pero lo que venga será lo que los argentinos traigamos.
Saludos

Mariano dijo...

Andres: sigo con algo de lo que plantea Abel.
No sé si te acordás que antes de las elecciones, cuando todavía mayoritariamente vislumbrábamos una victoria de Kirchner en la PBA, comentamos acá o en algún lado, que una de las cosas más delicadas para el día después del 28 de junio, iba a ser que Kirchner se convenciera de que el ciclo político de lo que se llamó "kirchnerismo" estaba terminando. Que a partir de ese momento los alineamientos iban a ser distintos, y que todos aquellos que conformaran (o conformáramos, depende) lo que se reconocía como "kirchnerismo" ya no iban o íbamos a ser portadores del concepto aglutinador ante el cual se alinearan todas las tropas, provinieran de donde proviniesen. Los puntos de convergencia debían empezar a delinearse nuevamente, y hacia adelante, y no refugiándonos en lo hecho hacia atrás (bueno, creo que ahora le agregué bastantes cosas, más lacónico fue aquel comentario).
El resultado en las elecciones disipó dudas sobre el proceso que se abre.

En cuanto al ciclo económico, nos asiste la ventaja del contexto internacional. Pero, con el mismo contexto y con las mismas líneas contextuales fundamentales se puede establecer el Plan Pinedo, o el primer plan quinquenal de Perón.
Esa figura, me parece, ilustra bastante bien lo que está en juego.
Un abrazo.

Luciano dijo...

El ciclo que se termina es el de una hegemonía política kirchnerista dentro del peronismo, y como vértice de una correlación de fuerzas, que ahora queda dispersa y sin ganadores que aglutinen.
Y como lo que no se cerró es el ciclo económico que inició Duhalde, es que resulta interesante verificar cómo el peronismo estructura su reordenamiento hacia 2011; si Kirchner quiere, puede jugar, pero no será el actor excluyente ni el único (aunque tampoco minimizaría su poder de fuego: el PJPBA todavía no se ha pronunciado).
Y porque el ciclo economico es incompatible con un revival noventista puro y duro, es que no se puede hablar del peronismo no kirchnerista como una "derecha": ningún presidenciable justicialista tiene vocación suicida (veamos buenamente los posicionamientos recientes de Felipe, como breve ejemplo).
Saludos

Mariano dijo...

Luciano: el ciclo económico lo inició Duhalde. Eso mismo: lo inició.
Kirchner lo sostuvo, resistió fuertemente los embates de quienes no lo querían mantener, lo profundizó hasta lugares inimaginados y por eso criticados por el iniciador, usufructó los beneficios tal como correspondía.
Aclaro todo esto porque se suele usar (ojo, no te lo atribuyo a vos) la figura de Duhalde iniciando el ciclo para minimizar los méritos de la gestión de Kirchner.
Saludos

Andrés el Viejo dijo...

Me remito al párrafo final y a la foto para justificar por qué mi enfoque se centra más en el "período" abierto con la bancarrota neoliberal que en el "ciclo" político kirchnerista.
No creo, ni mucho menos, que las personas sean totalmente indiferentes, pero también que la "astucia de la razón" a menudo se vale de los instrumentos que tiene a mano, a falta de los personajes teóricamente ideales.
Si bien los protagonistas no son indiferentes, lo que a mi juicio es más importante es el proceso social.
Por eso mismo, he eludido el empleo del término "derecha". Más allá de su radical ambigüedad, izquierda y derecha remiten a la ideología. En mi opinión, lo decisivo no pasa por allí (no es que carezca de relevancia, pero no es lo decisivo), sino que hay alineamientos en momento que no se agotan en lo ideológico. He preferido emplear el término "reacción", que apunta más al contenido mismo de las posturas y las acciones.
Así, y por tomar un ejemplo más o menos arbitrario, en 1955 la reacción gorila englobaba desde derechistas ideológicamente fascistas hasta izquierdistas de rígida orientación marxista o anarquista. Y, por el contrario, en la defensa del gobierno de Perón se agrupaba un abanico ideológico igualmente amplio.
Mi opinión, la vengo diciendo en distintos tonos, es que no hay condiciones para un retorno puro y duro al período 1976-2001. Pero hay espacio para retrocesos que pueden costar muy caros, en términos de condiciones de trabajo y de vida y de daños a la economía nacional. Si la reacción no está en condiciones de imponer todo, su fortalecimiento coyuntural permite temer que imponga algo. Y actuar en consecuencia para cerrarle el paso. Porque, como bien dice Abel más arriba "lo que venga será lo que los argentinos traigamos".