Y sí... estaban los que capciosamente se preguntaban qué estaba haciendo en la década anterior. Él estaba en el lugar que la historia le había asignado. Estaba dentro del sistema. Caminaba por los pasillos de palacio. Y se inclinaba con una reverencia cuando su majestad pasaba.
También estaban los que en público impostaban escándalo, causado por las alianzas que tejió en su ascenso al poder. Siempre están. Aprovechan la inocencia de la gente para señalar a los que no nacieron de un repollo. Representan el rasero de la doble moral. Con ellos usamos una regla: cuanto más exponen briznas en ojos ajenos, más grande será el escándalo que se desatará cuando se conozcan los bosques que anidan en los propios.
El estaba más allá de esas despreciables jugadas pergeñadas desde el status quo. Y empujó a quienes lo seguían a dejarlas atrás. En aquellos ámbitos anteriores había aprendido cómo se comporta el enemigo. Un factor clave para que las acciones emprendidas por la Revolución no encallaran en las aguas de la inacción o de la ineficacia. O fueran cooptadas por una burguesía que lo único que quería era un poco de moderación.
Y una perspectiva amplia del conflicto que timoneó: fue el único que tuvo, entre los suyos, cabal dimensión de la profundidad y el efecto que la Revolución causaba en su época. No sólo puertas adentro, sino también entre los vecinos. En especial esto último: una república libre, igualitaria y fraterna en un crisol de monarquías absolutistas emparentadas por una red de vínculos de sangre u oro. Por eso trabajó incansablemente para exportar el ideario revolucionario a los sectores populares de las naciones vecinas: los efectos que sus misiones generaban le otorgaron tiempo para consolidar la Revolución en casa.
Fue, como lo somos todos, hijo de sus propias contradicciones. Sabía que el camino a la libertad y la soberanía popular sólo estaba garantizado en la medida en que el viejo poder se convenciera de la irreversibilidad del cambio. O que rodaran sus cabezas frente a la Plaza del Carrousel.
Pero era un hombre pragmático que sabía que el Terror no podía ser sino un transitorio en el camino a una paz, revolucionaria, pero duradera. Por eso tuvo el realismo necesario para estar, cuando los acontecimientos lo demandaron, del lado de los indulgentes.
Intuía que el Terror, puesto en acción, se convierte en un Frankenstein que sólo se detendrá con la vida de sus creadores. Hizo lo que creyó necesario para desactivarlo a tiempo. Y se expuso a que esto se leyera como conspiración.
Como suele pasar en estos casos, la duda capciosa sobre su honestidad y una deliberada campaña de desprestigio y calumnias públicas en su contra fueron lo que sus enemigos necesitaron para sellar su destino.
Pero nadie, ni los más conspicuos miembros de “La Montaña”, ni los del Comité de Sanidad Pública supieron encarnar de forma tan contundente el ideario y el cuerpo de la Revolución.
Porque Danton era la Revolución. Cuando no esté, extrañaremos a Danton.
También estaban los que en público impostaban escándalo, causado por las alianzas que tejió en su ascenso al poder. Siempre están. Aprovechan la inocencia de la gente para señalar a los que no nacieron de un repollo. Representan el rasero de la doble moral. Con ellos usamos una regla: cuanto más exponen briznas en ojos ajenos, más grande será el escándalo que se desatará cuando se conozcan los bosques que anidan en los propios.
El estaba más allá de esas despreciables jugadas pergeñadas desde el status quo. Y empujó a quienes lo seguían a dejarlas atrás. En aquellos ámbitos anteriores había aprendido cómo se comporta el enemigo. Un factor clave para que las acciones emprendidas por la Revolución no encallaran en las aguas de la inacción o de la ineficacia. O fueran cooptadas por una burguesía que lo único que quería era un poco de moderación.
Y una perspectiva amplia del conflicto que timoneó: fue el único que tuvo, entre los suyos, cabal dimensión de la profundidad y el efecto que la Revolución causaba en su época. No sólo puertas adentro, sino también entre los vecinos. En especial esto último: una república libre, igualitaria y fraterna en un crisol de monarquías absolutistas emparentadas por una red de vínculos de sangre u oro. Por eso trabajó incansablemente para exportar el ideario revolucionario a los sectores populares de las naciones vecinas: los efectos que sus misiones generaban le otorgaron tiempo para consolidar la Revolución en casa.
Fue, como lo somos todos, hijo de sus propias contradicciones. Sabía que el camino a la libertad y la soberanía popular sólo estaba garantizado en la medida en que el viejo poder se convenciera de la irreversibilidad del cambio. O que rodaran sus cabezas frente a la Plaza del Carrousel.
Pero era un hombre pragmático que sabía que el Terror no podía ser sino un transitorio en el camino a una paz, revolucionaria, pero duradera. Por eso tuvo el realismo necesario para estar, cuando los acontecimientos lo demandaron, del lado de los indulgentes.
Intuía que el Terror, puesto en acción, se convierte en un Frankenstein que sólo se detendrá con la vida de sus creadores. Hizo lo que creyó necesario para desactivarlo a tiempo. Y se expuso a que esto se leyera como conspiración.
Como suele pasar en estos casos, la duda capciosa sobre su honestidad y una deliberada campaña de desprestigio y calumnias públicas en su contra fueron lo que sus enemigos necesitaron para sellar su destino.
Pero nadie, ni los más conspicuos miembros de “La Montaña”, ni los del Comité de Sanidad Pública supieron encarnar de forma tan contundente el ideario y el cuerpo de la Revolución.
Porque Danton era la Revolución. Cuando no esté, extrañaremos a Danton.
.
5 comentarios:
Andrés:
Una pregunta, que no es chicana ¿Es necesario apelar a Dantón?
El suyo es un post que vale la pena leer: en pocas líneas, sin pedantería ni alardes de erudición, da una versión válida sobre una de las figuras claves de la Revolución Francesa. Y nos dice algo sobre las condiciones para liderar un proceso revolucionario.
Pero... flota en ese post la alusión apenas velada a Kirchner, y entonces salta la pregunta. Porque la comparación es muy injusta... con los dos. No es necesaria para absolver a NK de su pasado de gobernador menemista. Todos los que permanecimos en el peronismo de 1989 a 1999 compartimos la misma responsabilidad (algunos que no permanecieron, ayudaron a construir la Alianza, que defendió la convertibilidad). La única crítica que puedo hacerle legítimamente a NK es que promulgó un relato donde el menemismo era lo Malo y hay un progresismo Bueno donde están los peronistas "de verdad" y los izquierdistas tímidos. Pero las simplificaciones berretas son muchas veces una herramienta necesaria de los políticos (Dantón también las usaba).
El punto clave es que NK no lidera un proceso revolucionario. Creo que ni siquiera - eso sí lo lamento - un gobierno eficaz, que ponga a la Argentina en una senda de crecimiento y justicia social.
Igual, es muy posible que Ud. tenga razón, y que cuando K no esté, lo extrañaremos. Hay claras chances que a partir de 2011, venga un gobierno que tapone paritarias, imponga ajustes y reprima con violencia policial. Eso sí, no será culpa de Kirchner. Por lo menos, no más que del resto de nosotros.
Un abrazo
más allá de la alegoría a néstor, el post está muy bueno che, me encantó...
Abel:
Me reservo el derecho a participar en el debate, pero ahora tengo que remitir sus observaciones a Contradicto, que es el autor de la entrada.
Algo en el mismo sentido (no sobre Danton sino sobre los Kirchner) escribí yo hace algún tiempo: http://blogcartonero.blogspot.com/2009/05/donde-iremos-parar-si-se-apaga.html
Saludos
Abel:
Ahora sí. Tenía entre manos un trabajo con hora de entrega.
Muy breve sobre Danton. Es difícil imaginar el triunfo revolucionario sin él, pero también lo es sin Marat o Robespierre. En este sentido, el de personalidades que influyen poderosamente pero que no son determinantes, creo que es feliz la sugerencia de Contradicto.
Ahora, para ir al grano y dejarnos de metáforas.
Hace más de cinco años, escribí un artículo sobre el gobierno, entonces, bastante nuevo, de Kirchner. Como era parte de una polémica entablada en la izquierda, había bastante ruido con los antecedentes de Kirchner. Entonces, sostuve que es un error hacer un análisis estructural de los hechos y los personajes. Que lo que vale es un análisis relacional, porque en una trama de relaciones distinta, los personajes ocupan papeles distintos.
De todas maneras, cada cual tiene que hacerse cargo de su pasado y el de los K tiene una mancha imborrable: el apoyo a la privatización de YPF y a la provincialización del subsuelo. Ahora lo pagan y, aunque sea malo para todos, los K lo merecen.
Por supuesto, no creo que los K encabecen ni quieran un proceso revolucionario. Yo, que soy un perro viejo y muy apaleado, he comprendido la profundidad de la observación de Hegel: la impaciencia se afana en lo imposible, llegar al fin sin los medios.
No me desvela tanto descubrir a un revolucionario oculto en cada político como descubrir en cada situación económica, social y política los elementos y las tendencias que puedan avanzar los intereses inmediatos, la organización y la movilización de las clases subordinadas. Si esas cosas avanzan, se estará más cerca de una posible revolución. Si no, es inútil gastar saliva en proclamas encendidas. A lo largo de los años K, he ido observando esos rasgos, tanto como sus límites. Y, por lo demás, he llegado a la misma conclusión que usted: la derrota, por ahora parcial, de los K fortalece a las fuerzas que se empeñan en impulsar las tendencias contrarias. La extensión y profundización de esa derrota redundará en un retroceso severo de las clases subordinadas y de la autonomía de decisión nacional. Y esto va más allá, mucho más allá, del destino personal de los K.
Saludos y me alegro de comprobar que sigue nuestros modestos esfuerzos
Compañero Abel, en primer lugar gracias por reparar en el post y en sus alusiones. Un honor para el blog tener comentaristas como usté. Con referencia a sus dichos, es probable que un parangón entre los personajes que usté propone no sea “necesario”.
Pero debo decirle que creo que cada uno, en su tiempo, en su geografía, en su particular escala, han capturado la esencia, “el signo”, de los tiempos y han honrado la oportunidad que se les presentó, haciéndose cargo. Es probable, como usté dice, que NK no lidere un proceso revolucionario. Déjeme agregar, a mi favor, que fue el proceso revolucionario francés el que lideró a Danton.
Creo que la petit rèvolution de NK consistió en volver a mostrarle a su pueblo, después de treinta y largos años, la existencia de un camino distinto al prevalente. Válido. Posible. Deseable. Y sin arriar banderas, pletórico de limitaciones, trató de recorrerlo. Es el tamaño de la revolución de la que hablamos. Módica, dirá usté. Yo le digo que esperemos 15 años. Cuando los pibes que hoy tienen entre 20 y 25 y emergen a la vida política empiecen a tener capacidades de decisión y papeles para firmar.
Anónimo, gracias.
Andrés, mientras escribía me acordé de aquel post. Atinado tu comentario. Gracias.
Publicar un comentario