Arte en los autos, en las paredes, en nuestra misma piel.
No hay fuerza más potente para el cambio
en este mundo incierto, que avanza a fuerza de crisis
que la gente joven y su arte.
Es la conciencia de un mundo
que se libera del enmarañado control
de un orden social arcaico.
Luis Rodríguez*
Existe un lugar en el noroeste de México que no es otra cosa que la continuación geológica del bien que anglosajón Cañon del Colorado. Integra un conjunto de seis ríos, que da lugar a otros tantos cañones, más profundos, más vastos y más espectaculares que el hermano rico, septentrional y protestante. Hasta la tierra adquiere características sociopolíticas que las empleadas de Agencias de Turismo se encargan de reforzar.
A aquella región se la conoce como Barranca del Cobre y fue descubierta por los europeos hacia el 1600, en su incansable e inescrupulosa marcha hacia El Dorado, la persecución de su sueño de plata.
Nadie imaginaría que un asentamiento humano podría tener lugar en una tierra tan árida, tan escarpada y agreste, probablemente tampoco los tarahumaras. Y, sin embargo, son ellos quienes la han elegido como refugio para evitar el cautiverio y una segura esclavitud hasta la muerte en minas de plata que le proponía como único destino el conquistador español.
Tarahumara significa, en su lengua uto-azteca, "corredores descalzos". Es lo que este pueblo ha estado haciendo desde que tiene memoria. Correr escapando de los caballos y las lanzas españolas. Luego correr buscando la frescura de la altura en la temporada agobiadoramente cálida del verano, y correr bajando hacia los valles más verdes y ricos en piezas de cacería en el precario invierno. Hoy continúan corriendo: escapan de "civilización" que no entienden, de los zares de la droga, del voyeurismo turístico.
Están entre las últimas tribus nómades que aún permanecen en el continente. Utilizan un método de cacería que consiste, naturalmente, en correr: persiguen a su presa hasta que cae exhausta. El maíz es base fundante en su dieta. Pero el peyotl es base de sus creencias.
Los tarahumara tienen una religión que, como muchos credos vernáculos americanos, ha sufrido contagio de muchos conceptos cristianos. Como el Sukristo (una versión adaptada de Jesús), pero conservan aspectos particulares que a este cartonero le parecen superlativos porque potencian el sentido común.
Se hacen bautizar cristianos para cumplir con la Apuesta de Pascal. Pero, por ejemplo, creen que la vida después de la muerte es un espejo de la vida en la tierra. De manera que las buenas acciones no están pensadas como recompensa futura en un paraíso ignoto sino que son una mejora contante y sonante a su vida presente: hacen el bien porque es lo mejor que pueden hacer.
Su dios está casado con una bella mujer con la que camina de la mano por los cielos, en compañía de sus hijos, entre los que se cuenta Sukristo. El diablo no es un ícono maligno, es simplemente una divinidad particular. Y además es el hermano mayor de dios. Cuando los hombres en la tierra tienen comportamientos incorrectos (el pecado como concepto no existe), es él quien propone la pena que el responsable debe cumplir. Esta pena es consensuada con dios.
Por eso ambos, dios y el diablo, están inextricablemente unidos.
Juntos crearon a los hombres: dios creó a los tarahumara con arcilla y el diablo creó al resto, los chabochis, mezclando un poco de ceniza en esa arcilla.
Me pregunto si no habría que someter a alguno de nuestros encumbrados funcionarios eclesiáticos a un estricto régimen de maíz, peyotl y largas carreras por los cañones, para ver si modifican esa infantil dogmática sobre el bien y el mal, que tanto dolor ha causado por estas tierras.
*La nota que encabeza este post es cita de un escritor, hijo de madre tarahumara.
*La nota que encabeza este post es cita de un escritor, hijo de madre tarahumara.
2 comentarios:
Contradicto, como siempre, brillante.
El blog todo, enorme.
Un abrazo
Que el diablo sea el hermano mayor de dios habla de la sabiduría de esa gente....
Un gusto leer temas fuera de la agenda mediática.
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