Los argentinos no somos empanadas,
que sólo se comen con abrir la boca.
José de San Martín
Es difícil que al cartonero le pase. Pero... a veces. Producto, quizás, de haber vendido algo que alguna vieja encontró útil. O moneda de cambio para ejercer su caridad silenciosa. Y entonces te garpan. Y te llevás el billetito, bien doblado, prolijito, al bolsillo. Con cuidado, casi con ternura.
Y si aguanta hasta la noche, lo sacás del bolsillo para volver a mirarlo. Cuando es medio nuevito, hasta lo podés oler. Ese perfume extraño y extranjero. Veinte mangos. Te quedás como un chico: lo desplegás, lo mirás, y vigilás alrededor.
Y ahí, en ese instante, el tipo te mira, en ese momento mágico. Con ojos firmes y profundos. Y desearías poder establecer un diálogo. Poder decirle y poder escuchar su reacción cuando le contás cuánto de su proyecto y sus sueños fueron traicionados y maltratados el día mismo que se subió a ese amargo clipper hacia Southampton.
Si tenemos el país que tenemos, si se pudo detener una sangría imperdonable de regiones y provincias que escapaban a espanto y galope de los perversos planes centralistas de un tal Rivadavia y sus enviados, se debió a que, con no mucho más que política y buenos modales, don Juan Manuel muñequeó para que permanecieran. Para que apostaran a un futuro conjunto como Nación.
Si alguien entendió el legado más importante que nos dejó San Martín, el sueño de la Patria Grande, ese fue Rosas. Y por algo recibió desde Francia una carta fechada un 30 de agosto con una mención a un sable corvo, que había conocido sangre enemiga en Chacabuco.
Pocos países se dan el lujo de imprimir en sus billetes el relieve de una derrota. Nosotros. El Combate de la Vuelta de Obligado es eso. Una derrota de las fuerzas nacionales. O, mejor dicho, una victoria pírrica de las fuerzas anglo-francesas. Con ese tipo de enemigos lo forzaron a meterse al Restaurador. 60 cañones de escaso calibre y baja repetición contra 418 cañones de avanzada, 22 barcos de guerra impulsados a vapor, 880 soldados.
Sólo ocho meses después vendría Quebracho y le pondría fin al oprobio de Obligado y a los aplausos de las fuerzas unitarias que confabulaban desde Montevideo.
No deja de ser paradójico que fuerzas de la misma naturaleza que las que lo combatían, el año pasado nomás, hayan instalado un palco destituyente encima, exactamente encima, del lugar en que el Restaurador de la Leyes tenía su casa y su descanso.
No deja de ser paradójico que esas mismas fuerzas hayan obtenido, el año pasado, otra victoria generosamente pírrica.
Otra victoria de veinte mangos.
Pero la deuda que Rosas contrajo con aquellas regiones, esa sigue pendiente.
.
1 comentario:
Le dejo esto, estimado:
He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la Guerra yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuera a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente en cualquier clase que se me destine.
Carta a Rosas, Grand Bourg, 05.08.1838. En San Martín. Su Correspondencia. Edit. América
Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufrimos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer.
Carta a Rosas, Grand Bourg, 10.06.839. En San Martín. Su correspondencia. Edit. América
Que goce usted de salud completa y que al termino de su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de usted este su apasionado amigo y compatriota.
Carta a Rosas, 06.05.1850. En San Martín. Su Correspondencia. Edit. América
Nota: se trata de la última carta que escribió el General San Martín antes de morir
El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que trataban de humillarla.
París, 23.01.1844, Testamento del Grl. San Martín, cláusula 3ª
Un abrazo Restaurador
Publicar un comentario