miércoles, 14 de abril de 2010

Red Pill



“Sé que estás ahí afuera. Ahora puedo sentirte.
Sé que tenés miedo… tenés miedo de nosotros.
Tenés miedo del cambio. No conozco el futuro.
No vine a contarte como termina.
Vine a decirte como va a empezar.
Voy a colgar este teléfono, y luego
voy a mostrarle a estas personas lo que no querés que vean.
Les voy a mostrar un mundo sin vos.
Un mundo sin reglas ni control, sin fronteras ni límites.
Un mundo donde cualquier cosa es posible.
A dónde vayamos desde allí es una elección tuya.”

Palabras finales de Neo en el filme The Matrix
(1999)

El augurio chino es efectiva y felizmente, cierto. Vivir tiempos interesantes es un pequeño placer cuya experiencia es difícil de transmitir a quienes no logran apearse al tranvía imaginario desde donde nuestra acalorada imaginación convierte sucesos menores en la última bolilla de "Historia Argentina Contemporánea" de nuestros nietos.

Tuve una abuela muy “cojonuda” que fue la primera en montarse en una moto allá por los 40 en su pueblito provinciano y soporífero. Había que verle el látigo brillante de los ojos en sus últimos días, cuando recordaba con detalle las cuadreras que surgían contra esos criollos orgullosos y el apero resplandeciente de sus caballos en la pulpería. Ojalá muchos de nosotros tengamos la oportunidad, ese brillo en los ojos y las capacidades inmaculadas, para contar a quien esté ahí para escucharnos, una y otra vez, cómo es ser parte de una pequeña revolución. No es poco.

Por estos días, mientras se acerca la semana del Bicentenario, pensaba que comparto con los revolucionarios de mayo una intersección emocional ínfima, plena de alboroto y confusión pero también de íntima convicción de que algo está cambiando y empiezan a verse luces que entran por las fisuras que se abren y socavan la Matrix, que no ha dudado un ápice en ofrecer en sacrificio su “credibilidad” en el altar del status quo.

Cómo habrán sido de tediosos aquellos días que iban desde la infancia de nuestros libertarios, en 1760 ó 1770, hasta la llegada al Río de la Plata de los primeros rumores convertidos luego en información cierta sobre los sucesos de París, quién sabe cuánto tiempo después de aquel 14 de julio.

Cómo habrán sido de oscuros los tiempos en los que la Matrix gozó de libertad impune para moldear y tornear a discreción el barro en que luego iba a fraguarse el sentido común de los argentinos.

No sé si estoy contento con las administraciones de Néstor y Cristina Kirchner. Pero no puedo dejar de adjudicarles un papel protagónico en la chispa que inició una deflagración que no sabían como terminaría. Y que aún no saben. Aunque ya avizoran. Eso requiere de una cuota de valentía que no hemos visto en los presidentes democráticos posteriores a la dictadura. Quizás por esa valentía y no por una bolsa llena de reclamos estoy de este lado.

No escribo estas líneas desde un infantil orgullo gatillado por una título de tapa o una mención en una patética (podrán alguna vez remontar el precipicio que impone este adjetivo?) editorial de la Matrix, que nos vehiculiza en su inexplicable obstinación en horadar al gobierno, o un reportaje en un matutino radiofónico a un compañero de trayectoria, o la visita de funcionarios encumbrados a una reunión gremial. Lo hago enancado en la confirmación materializada el pasado sábado de que el fenómeno crece. Salvaje. Irracional. En volumen. En calidad. En efecto.

Con divergencias basadas en nuestra propia, feliz, naturaleza humana: evaluando articulaciones internas, desechándolas, dándole rienda suelta a nuestros egos vitalizados, embozándolos, anteponiendo el prurito ideológico o, como me tocó expresar en mi oportunidad, identificando que el factor común en el clivaje que debemos proponer y que más nos amiga con los recién “despertados” es (continúa siendo) el viejo, el ajado y polvoriento “Liberación o Dependencia”.

He sido testigo de cómo se propalan ediciones de videos y audios en medios masivos que tuvieron origen en blogs a cuyos autores trato de che, de vos.

He visto a un magistrado superior recular en su malicia matinal y displicente frente a la recusación pública de un tipo con el que compartí empanadas y cerveza.

He escuchado de una bella boca de periodistas con alta visibilidad, que aportan en programas cuya paradoja operativa reside en ser tan escuchados como menospreciados, argumentos que yo mismo he escrito y que todavía están calientes en este blog.

No puedo más que sentirme parte minúscula del percutor que detona fisuras irreversibles en la Matrix.

Me causa regocijo que muchos esta misma mañana, en los bares, en los cafés, en las oficinas, en las mesas de producción de las radios, en locutorios, sientan latir adentro una duda que crece y embota los sentidos, mientras sus ojos recorren las letras de molde (o de videograf) de las distintas versiones de la Matrix: cuánta de esta mierda será verdad? cómo separar lo fresco de lo podrido? Cuánto pescado habré ingerido y cuánto en franca descomposición?

No quiero la guita del gobierno. No quiero su tecnología. No quiero sus clones. No me den ese jarabe.

No somos “la verdad”. No somos una nueva realidad, distinta, que se manifiesta como revelación.

Prefiero hacer mías las palabras de Neo.

No vine a contarte como termina. Vine a decirte que recién empieza. A dónde vayamos es una elección tuya. Es una elección mía. Es una elección nuestra.

La pastilla azul hará que te despiertes dentro de un rato y creas que todo esto fue un sueño.

La pastilla es la roja. Bienvenido.



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