martes, 27 de abril de 2010

Tardío



Bien alimentado, bien querido, mimado por la familia, así creció el hijo que hoy pasa de adolescente. Fue siempre el mimado de mamá. Y es ella la que hoy recurre a todos los medios para que él, el elegido, sea el que transite por la universidad sin trabajar. Medios legítimos como vender en la feria del club, cada domingo, las mantillas y los centros de mesa que todos los días teje como una oración. Y medios no tan legítimos, como separar debajo de su mesa de luz una parte de los ingresos sin que se entere el marido. Que se hace el otario, pero ya lo sabe.

La rebeldía de estos días no sorprende. Viene de lejos. El nene está enojado con su viejo. Se recluye en su habitación. Pone la música al mango. Y no le dirige la palabra. A almorzar y a cenar viene, eso sí. Y a la tardecita cuenta con la complicidad de su madre para acercarle el tradicional sanguchito completo, hecho exclusivamente con la figaza de manteca que cada mañana le compran a doña Carmen, a la vuelta.

Mamá se acuerda de la mala cara que el nene puso el par de veces que no había figaza y el sanguchito terminó hecho con el mismo amor pero con pebete.

Hace poco, el viejo anunció que le pagaba una vieja deuda a Don Francisco, usurero que es dueño de medio vecindario y al que suele encontrarse tomando cafecito en el bar de la Estación de Servicio, lugar desde donde controla con mirada celosa los movimientos de un barrio que considera propio.

En realidad el viejo nunca le pidió plata a Don Francisco. Se trata de una deuda que le cayó como herencia de un cuñado ya fallecido, un vago fenomenal que se reventó la guita en proyectos ilusos y fallidos. Y de la que se anotició un día que fue a cargar nafta para la chata: ahí se lo encontró a Don Francisco, pocos días después de la muerte del cuñado. Y, como al voleo, asumió que Don Francisco no se resignaba a participar del velatorio de la deuda como había participado del velatorio del cuñado. Sin más se la transfería al único familiar del muerto al que le veía alguna capacidad de vuelo para cancelar pendencias.

“Era tu cuñado, no?” le preguntó, irónicamente, mientras el viejo clavaba el pico del surtidor en la boca del tanque de la chata. “El hermano de tu mujer, no?” insistió, para luego responder a su propia retórica: “y bueno. Entonces su hermana se tiene que hacer cargo. Entendés?” No obtuvo respuestas y no las necesitaba. Sabía que cualquier negativa implicaba tener que cargar nafta a no menos de 30 kilómetros y una lista de inconvenientes lo suficientemente ásperos como para decir pío.

Es cierto que al viejo le daba bronca que Don Francisco ni siquiera hubiera prestado la guita en su momento. Viejo zorro, levantó aquella deuda de empréstitos del cuñado, de aquí y allá, en la medida que se hacía cargo de los negocios barriales. Así que el viejo una tarde, cuando vio cómo venía la mano, se sentó a negociar con Don Francisco y sacó la tajada que pudo. A partir de ahí tuvieron una convivencia tranquila: el viejo pagaba y Don Francisco invitaba un café.

Ahora el “nene”, como lo llamaba su mamá, se había enterado, mientras tomaba cervezas y fumaba “cositas” con sus amigos (porque el nene también tiene sus agachadas) que Don Francisco reclamaba una deuda que le había comprado por monedas a sus verdaderos prestadores.

Y le fue a plantear eso a su viejo, al borde de la indignación: los amigotes le habían dicho que la deuda que Don Francisco quería cobrar completa, la había comprado por monedas. Y que cómo era posible que su viejo pagara una deuda que había contraído el más vago de sus tíos.

-Mirá, nene- le dijo el viejo no sin antes contar hasta cien y respirar varias veces, como le había recomendado el médico –yo no sé si tu tío usó esa guita bien o mal. Yo no sé si es una deuda de juego o una deuda por un laburo honesto. Yo no sé si Don Francisco hace o no negocio con mi deuda, si compra barato y vende caro. Lo que yo sé es que ese no es mi asunto. Lo que yo sé es que tu vieja ya pagó la primera cuota, reconociéndola. Y lo que sé es que si no sigo pagando, tu vida, la de tu vieja y la mía se complican. Mucho. Y no te creas: a mí me indignan tanto como a vos las injusticias. Pero sabés qué? A diferencia tuya, tengo una familia que alimentar e hijos que criar, uno de los cuales va a la universidad. Tu vocación libertaria y tu rebeldía adolescente, la verdad, aburren.-

Herido en su amor propio, esa tarde, el adolescente entrado en años se recluyó en su cuarto con un portazo. Cada tanto su mamá le golpea la puerta para saber si está bien, si quiere un vasito de leche o unas medialunas.

Demasiado bien criado” piensa el padre cuando la ve a su mujer caminar hacia el fondo.



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2 comentarios:

Carpe Diem dijo...

Muy bueno. Y ajustado al personaje.

Leandro dijo...

Fantastico!