Pizza con champagneLos poderes fácticos disfrutan las mieles de una victoria que les es propia en total derecho. Pueden verse algunas caras de sus representantes mediáticos, pletóricas de gozo. Se siente esa sensación de triunfo en algunos titulares de diarios y revistas. En declaraciones públicas de sus adláteres. Y hasta en los comentarios irónicos, minimalistas, de algún que otro habitué de la blogósfera.
De cualquier manera son absolutamente conscientes de que la derrota electoral kirchnerista del 28J es sólo un paso en el derrotero que los conducirá a retomar los hilos de un control social que perdieron el día mismo que Tachuela decidió, dadas las mínimas cosquillas que le hacía De La Sota a las encuestas y los elefantes rosados que Reutemann veía pasar volando después de una apretada secreta, que sus únicas chances de contener el proyecto de dolarización y extranjerización definitiva (que venía a herir de muerte cualquier perspectiva de control del quehacer político y social por parte de la oligarquía diversificada) encarnado por su mascarón de proa La Rata, consistían en favorecer al ignoto gobernador de Santa Cruz.
Sangre y asfaltoEse derrotero que mencionamos está en pleno desarrollo y pensado para ir directo al corazón del proyecto kirchnerista, al cual buscará aplicarle un electroshock (aunque de objetivo antagónico al de retornar a la vida que le conocemos habitualmente) que efectivizará una eutanasia cuyo costo social, político o económico no desvela en absoluto a quienes lo delinean. Tales factores son parte del costo hundido que representa recapturar el mango de la sartén del proyecto de país exportador de productos agropecuario e industriales primarios que puede contener en su seno, en condiciones aceptables, no más que 15 a 18 millones de personas. El resto de la sociedad está pensado como ejército de reserva de la maquinaria productiva pero aportará, de manera silenciosa y pasiva, el necesario efecto disciplinador que ejerce sobre el trabajador el hecho de saber que detrás suyo se alistan decenas de compatriotas en condiciones laborales contingentes que resignarían mucho de lo que tienen por un conchabo estable que le dé de comer a sus hijos.
Y en el caso que esos ejércitos masivos de invisibles decidieran que el futuro propio y el de sus hijos reside en la acción mancomunada del piquete o, en el peor de los casos, en la acción individual de la delincuencia, entonces y en una carrera contra reloj llegarán las siempre leales fuerzas de seguridad y la justicia adicta, a bajar el rasero de la edad de imputabilidad, a probar los nuevos chalecos y los nuevos escudos anti-revuelta comprados a algún civilizado país europeo, a construir más cárceles, a programar la forma que adquirirá la represión generalizada.
Los poderes fácticos argentinos han demostrado que no tienen escrúpulos a la hora de materializar sus objetivos:
- son los autores intelectuales de la desaparición forzada de 30 mil compatriotas en la década del 70: el derramamiento de sangre no les preocupa;
- son los causantes de la hiperinflación del 89, mucho más objetivada en enseñarle las reglas de juego a un candidato presidencial que hablaba de revolución productiva y salariazo que en sacar el pañuelo para despedir a quien se había traicionado a sí mismo en las fiestas pascuales de 1985: la destrucción de la cohesión social tampoco les preocupa;
- son el núcleo duro del proceso de desguace y robo de las joyas que lenta pero firmemente acumuló la abuela peronista-desarrollista de las décadas previas: el latrocinio y la estafa están entre sus deportes favoritos, no les preocupan sus consecuencias;
- son los árbitros y principales partícipes del proceso de fuga de capitales que organizó Cavallo en su segundo mandato al frente de la cartera económica, en 2001: les gusta ser los primeros en todo y no les importa violar el reglamento de juego.
Por lo tanto, difícilmente esconderán algún prurito a la hora de cargarse un gobierno que no les gusta, que no eligieron y que preferirían ver recorriendo los estrados judiciales de nuestro país: la única limitación que se autoimponen es la de no soliviantar de manera irrefrenable a la población, a la que quieren ver más preocupada en aumentar la propia productividad que involucrada en la acción política directa de reponer en su sitio una presidente democrática, siguiendo las lecciones que dejó un ya lejano abril chavista en Venezuela y tomando debida nota de lo que ocurre hoy mismo en Honduras con el neo-populista Zelaya.
La victoria que consiguieron el 28J les corresponde. Lentamente, producto de un trabajo fino que incluyó herramientas mediáticas como así también económicas y sociales, van logrando que amplias mayorías que apoyaron al gobierno en su momento vayan cambiando sus preferencias y vayan guardando en un cajón la foto autografiada de los Kirchner, responsables a su vez de una importante lista de errores no forzados que contribuyeron (algunos persisten de manera inentendible) cada día a ese amargo eclipse.
La derrota oficial del 28J, eso sí, impone una dinámica acelerada a los acontecimientos destituyentes que se vienen, algunos de los cuales ya observamos en franco desarrollo. Fundamentalmente apuntar a la base económica del proyecto: la inédita performance de la economía argentina durante los gobiernos K se estructura sobre los así llamados “superavits gemelos”. La destrucción de este eje central como paso previo a la derrota política definitiva del gobierno es el objetivo inconfesable del establishment.
En ese sentido los reclamos por reducción en la alícuota de retenciones agrícolas o su versión más actualizada y con toques de maquillaje: “discutir modificaciones sobre el código aduanero”, que para la oposición se entiende como quitarle al PEN una de sus herramientas fundamentales de política económica para llevarlas al difuso seno del Congreso; la discusión por coparticipación del impuesto al cheque y la declaración de la emergencia agropecuaria que proponen algunos personajes ahora abiertamente opositores; el debate por los “superpoderes” que criteriosamente Mariano comenta en un post previo y otros recortes al superavit federal son, a pesar del supuesto sentido común y republicanismo conque se presente la mordida, medidas tendientes a ahogar al gobierno en materia económica, anularle su capacidad operativa y así, abrir la puerta para un escenario de caos convenientemente amenizado por saqueos y corridas. Nada más deseable para un gobierno no querido que una caída estruendosa, no sólo por el carácter revanchista de la misma sino por las insoslayables señales que irradia en los cuadros políticos que hubieran pensado en un camino soberano y solidario que no tuviera en cuenta a los dueños de la Argentina.
El “programa de desestabilización” enunciado no obsta sino que debe adicionarse a la continuidad del indispensable proceso de erosión de la imagen presidencial, buscando que una parte importante de los más de 5 millones de votantes que apoyaron al proyecto kirchnerista a fines de junio vayan reviendo posturas a lo largo de los próximos meses. Por eso seguirán los títulos de diarios, los zócalos de noticieros televisivos y los conductores radiales mañaneros persignándose ante la orgía diaria de populismo, crispación y porfía que propone el gobierno, sea por un supuesto enriquecimiento producto de la venta de terrenos que ingresan a una declaración jurada a valor fiscal y se realizan a valor de mercado, sea por el número de muertos producto de la Gripe A, sea por las misiones pro-democráticas que emprende la primera mandataria en países del hemisferio.
Inflar la inflación
En este sentido es interesante, por lo paradójico, observar el relato social que ofrece el fenómeno inflacionario: independientemente de las trapisondas imperdonables que puedan ejercerse sobre los índices del organismo a cargo de las estadísticas, gravosas per se, está instalado de manera irreversible en la sociedad un viejo relato que indica que la inflación es responsabilidad intrínseca del gobierno. Sin profundizar mucho en el asunto podemos rápidamente decir que esto es cierto cuando se da una serie de fenómenos simultáneos ninguno de los cuales está presente actualmente en la economía. De manera que si la administración ofrece cuentas claras y especialmente superavitarias, la inflación podrá tener varios otros causales no estrictamente relacionadas con desmanejos gubernamentales.
La complejidad técnica de la cuestión, que está alejada del hombre de a pie (el que encuentra en los gobernantes y en los políticos la causa primaria de todos sus males), es la principal causa de que la inflación sea una herramienta metodológicamente óptima para la desestabilización, en especial cuando los mercados tienen las características de tamaño, concentración y oligopolio que presenta el argentino. Con muy poco esfuerzo, una agenda telefónica actualizada, un poco de sincronización y una dosis de mala leche se puede lograr un efecto en la variación de precios al consumidor, que el votante medio, desconocedor de los intrincados mecanismos del mercado y sometido a incesante propaganda des-explicativa, atribuirá a desmanejos de la administración central. Muchos gobernantes del mundo pueden dar pruebas de los nocivos y directos efectos de la inflación sobre la gobernabilidad.
Si la administración se empeña en ofrecer como imagen defensora del castigado bolsillo del consumidor la de un fantasma largamente perforado por los oligopolios, que la próxima vez que levante un teléfono para putear a un empresario será ninguneado por un pañolero de mantenimiento de planta, la cosa se agrava.
Conocedores de esta realidad, del pasado reciente y tan intuitivos como nos lo pide la lleca, los Cartoneros que escribimos en este blog queremos aportar nuestro granito de arena, para lo cual desarrollamos una herramientita pobre y sencilla con la que pretendemos inaugurar una suerte de “desestabilizómetro cuantitativo digital*” o DCD, que nos ira dando algunas señales de nuestro diagnóstico.
Mientras tanto lo dejamos que vaya a buscar protector bucal, guantes y casco. Nos vemos en el próximo post. Suerte.
*digital porque ingresamos los datos con el dígito índice de cada mano